El alma de las águilas es inescrutable y por tanto quizá sea imposible determinar si Helíaca es, como dicen, un águila legendaria o una rapaz del montón. De todo lo que se rumorea sobre ella hay algo, sin embargo, que sabemos con toda certeza: sólo Helíaca ha sido capaz de contarnos qué sucede en las honduras de los cielos sin nombre. (NOTA: Aunque la ciencia no se explica aún cómo ha sido posible esa transmisión de conocimientos, se barajan algunas hipótesis.)
«Gracias por devolverme el placer de leer una novela»
«Javaloyes invita al lector al albedrío de volar»
«¡Fantástica, la he leído casi de un tirón!»
«Original, trepidante, impecablemente escrita»
Del testimonio de Helíaca quedan para la posteridad datos sorprendentes sobre las criaturas que pueblan el universo ibérico, incluyendo una especie marginal e invasiva de piel desnuda y gruesa como la del elefante. Vive apartada de las demás especies, formando grandes colonias que a ojo de águila parecen cristales de cuarzo, pudiendo llegar a formar grandes colmenas metropolitanas: es el hombre cruel y bondadoso, el mismo que rozó los pinares de antaño para sembrar trigo y molerlo, y para fundar la naturaleza campestre y amable de las amapolas y los panes. Parecen menos meritorias las observaciones de la gran Helíaca sobre especies afines, como las reales, y los halcones y azores de España, que las del lejano y acechante “mono” sapiens, personaje colectivo del libro de lenguaje indescifrable.
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Ficha editorial
Tamaño: 15×21
Páginas: 190
Encuadernación: rústica / Tapas blandas
Edita: Language Care
Iñigo Javaloyes | Nota autobiográfica
Nací en Bilbao en 1966 y me crie en Madrid. Fui hijo nidífugo y pródigo: a los doce años me fui de mi casa para vivir a la intemperie en “El Cerrillo”, una finca rústica de Miraflores de la Sierra. Mi único contacto con la civilización sería mi amigo y cómplice José Alberto, a quién a la llamada de “Natura”, mi nuevo nombre, acudiría yo saltando por las rocas para reunirme con él. Aquellas fantasías de “Robinson de la Morcuera” no llegaron a realizarse; como tampoco lo fue la de convertirme en biólogo: último gran fracaso de mi catastrófica trayectoria académica. Como me gustaba escribir hice periodismo. Tras licenciarme, trabajé brevemente en el diario El Sol y, posteriormente, en la sección cultural de ABC. En 1992 me fui a Nueva York, desde donde enviaba crónicas de toda índole a veinte dólares por pieza. Más adelante me dediqué a la producción de libros de texto en Estados Unidos y a la traducción literaria (e industrial). En 2005 publiqué mi primer libro, Tortuga Número Cien. Vivo en Boston con una maestra de escuela y nuestros tres hijos.
Iñigo Javaloyes